“nadie sabe nada”. “No estaba Lucas ahí”, contó su madre al caer la noche, mientras cubría el trayecto entre la Morgue Judicial y la estación de Once... lo habían buscado nuevamente, sin éxito, entre los restos del tren. Extraoficialmente, sólo quedan tres hipótesis, a cual más compleja: o Lucas nunca subió al tren, o subió pero bajó antes de la estación , o bajó tras el choque, en estado de shock y se encuentra deambulando sin ser reconocido (Dos días después del accidente, el joven apareció muerto en el fuelle que separa el cuarto del tercer vagón)
2 esperadísimos libros permiten explorar el mosaico orozquiano: su Poesía Completa (Adriana Hidalgo), edición por Ana Becciú con excepcional prólogo de Tamara Kamenszain; y Yo.Claudia (Ediciones en Danza), compilación de su obra periodística (1964-1974), donde se probó el ropaje de ocho seudónimos. Así fue la desopilante Valeria Guzmán del consultorio sentimental con las lectoras; Martín Yanez para sus agudas críticas literarias, Sergio Medina para las notas sobre avances técnicos o sobre estrellas de Hollywood como Marilyn Monroe; Richard Reiner para los artículos esotéricos; Elena Prado o Carlota Ezcurra para crónicas de la vida social; Valentine Charpentier para escritos biográficos y de viajes, y hasta el desafortunado Jorge Videla para algunos textos sobre tango o temas considerados “masculinos”.
solicitud de compartir, a lo largo de 2horas 7minutos, una
búsqueda maniática que, se sabe, no lleva a ninguna parte. Es que el
horror que se invoca es tan imposible de procesar que la propia película
parece empeñada en sacárselo de encima, inventando un segundo relato
que no por inconducente deja de ponerse en primer plano.
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