http:/ La verdad del sujeto se decide fuera, el sujeto “en sí mismo” es una nada, un vacío sin ninguna consistencia. Ahora bien, reducir al sujeto al vacío, sin ninguna verdad más que la exterior, “disolverlo” en la red simbólica, ¿es todo lo que podemos decir de él? ¿Acaso el “contenido” del sujeto se reduce a lo que es para los demás, a las determinaciones simbólicas, a los títulos, a los mandatos que se le han conferido?
El sujeto dispone, a pesar de todo, de un modo de dar consistencia a su identidad más allá de las referencias de la red simbólica, una manera de Ser-ahí en su particularidad: la fantasía. En el objeto fantasmático, el sujeto “se aferra a una raíz de su identidad”:Chuang Tzu tenía razón al tomarse por una “mariposa que sueña que es Chuang Tzu”, pues la mariposa es el objeto que constituye el marco, el esqueleto de su identidad fantasmática.
En ese sueño que llamamos la “realidad” sociosimbólica, él es Chuang Tzu, pero en lo real de su deseo es la mariposa; todo su Dasein, su existencia, consiste en “ser la mariposa”.
A primera vista, la paradoja de Chuang Tzu no hace sino invertir de manera simétrica la relación llamada “normal” entre la vigilia y el sueño: en lugar de Chuang Tzu que sueña que es una mariposa, tenemos una mariposa que sueña que es Chuang Tzu. Pero, como subraya Lacan, esta simetría es engañosa: Chuang Tzu despierto puede tomarse por el Chuang Tzu que en su sueño es una mariposa, pero, cuando es una mariposa, no puede tomarse por la mariposa que, en su sueño, es Chuang Tzu.
La ilusión no puede ser doble, simétrica, porque estaríamos en la situación insensata descripta por Alphonse Allais: Raoul y Margherite, los amantes, se dan cita en el baile de máscaras; creen reconocerse y buscan intimidad en un rincón apartado, se quitan las máscaras y, ¡sorpresa!, “los 2 lanzan al mismo tiempo un grito de estupor. Ninguno reconoce al otro: él no era Raoul y ella no era Margherite”. [Naum Gabo, papel y Robert Morris, fieltro]
La ilusión no puede ser doble, simétrica, porque estaríamos en la situación insensata descripta por Alphonse Allais: Raoul y Margherite, los amantes, se dan cita en el baile de máscaras; creen reconocerse y buscan intimidad en un rincón apartado, se quitan las máscaras y, ¡sorpresa!, “los 2 lanzan al mismo tiempo un grito de estupor. Ninguno reconoce al otro: él no era Raoul y ella no era Margherite”. [Naum Gabo, papel y Robert Morris, fieltro]