el Yo pretende ser "una organización coherente de los procesos psíquicos, que por su relación con la percepción establece su orden temporal y los somete al examen de realidad"... pero la descripción de Freud pone en cuestión seriamente su capacidad de realizar estas funciones normalizadoras: el sistema llamado
yo cobra existencia como un basural afectivo: "explicamos la melancolía por la que un objeto perdido se vuelve a erigir en el yo, una investidura de objeto es relevada por una identificación... pero no conocíamos toda la significancia de este proceso: la sustitución de una investidura de objeto por una identificación participa principalmente en la estructuración del yo, en aquello que denominamos su carácter: un residuo de las cargas de objeto abandonadas, una historia de tales elecciones de objeto. Esa internalización no es un modo de deseo (como en las fantasias de incorporación en el estadio oral) sino de renuncia... y de pérdida, diseñadas para engañar al ello (el yo cobra los rasgos del objeto buscando repararle al ello su pérdida diciéndole: mira, soy taan parecido). Las identificaciones del yo son un simulacro de las incorporaciones del ello, asumido como acto de seducción... un teatro de decepción sexual... un tipo de relación de objeto sin objeto, estrictamente sin relación: el yo es un coleccionista que transporta objetos inertes desde el exterior al interior -en lugar de desear el mundo, lo vampiriza: "el yo es ante todo un ser corpóreo, pero no solo un ser superficial sino incluso la proyección de una superficie", no un mero receptor de sensaciones sino un depósito o inventario, que repite fantasmáticamente los contactos del cuerpo con el mundo... una imitación psíquica de superficies.. sea como una arquitecturalización de los movimientos del cuerpo o como un agrupamientos de objetos" [internalizados, ya no-objetos] (S.F., El yo y el ello, citado por Leo Bersani en El cuerpo freudiano, regalo de Ezequiel L., en amistad dialogal contra las funciones NormaLizaDoras)
Poder tolerar el silencio está asociado con la capacidad de estar solo sin entrar en angustia. La capacidad de estar solo comienza con la experiencia del infante para jugar solo en presencia de su madre. Winnicott contrapone este jugar con la obligación de responder constantemente a estímulos, a demandas de los padres. Ya Ferenczi había puesto en relieve “el sueño del bebé sabio”: que sabe lo que le pasa a los padres y así provee soluciones a problemas domésticos... El adulto podría lograr un estado de relajación placentera si de niño pudo vivenciar el jugar solo en presencia de su madre. Esta presencia no ha de ser intrusiva: hay alguien disponible pero sin exigir nada al infante. Un estar sin invadir, la presencia intrapsíquica de un Otro confiable: esta experiencia constituiría la base de la confiabilidad y de la amistad adulta.. Con la capacidad de estar solo el sujeto va adquiriendo la posibilidad de permanecer en un estado en el que no hay ninguna orientación, tolerando lo no integrado de su posición sin tener que estar respondiendo a estímulos ni tener que sostener intereses y realizar acciones dirigidas.
[el diván de Freud y la tumba de Nureyev] [Aalto-Stirling]
Dale que...
Para Melanie Klein (“Situaciones infantiles de angustia reflejadas en una obra de arte y en el impulso creador”), la creación es, fundamentalmente, reparación: reparar el objeto amado, es decir, asegurarse de su realidad psíquica. Reparando el objeto, el sujeto se repara a sí mismo. La intervención corrosiva de la pulsión de muerte se reconoce en que casi siempre el creador duda de su obra –es mala, sin valor, puro delirio personal, no sirve para nada– ¿cómo se sale de esto? Porque efectivamente algunos salen y otros no.
habitar la paradoja donde lo creado no es ni ciertamente propio ni ajeno. Esta es la condición para que el espacio transicional, lugar de la creación, tenga lugar. A partir de entonces quedará habilitada la posibilidad de la enunciación de un “dale que”: el del jugar infantil –“dale que la silla es un auto”–. Lo pienso como gesto creativo primario y metáfora de toda creatividad. Que más tarde ese “dale que” encuentre eco, que haya al menos un otro que lo sostenga, el interlocutor válido, el amigo leal, esto hará que resulte posible el acto creador. Cuando Freud vacilaba sobre lo que estaba inventando, temiendo que se tratase solamente de un delirio, se encontraba con un amigo fiel, Fliess, y gracias a ese “público de uno”, como él lo llamaba podía hacer lugar a decir: “Dale que la neurosis es producto de la represión de los instintos sexuales”. De otro modo, el “dale que” puede ser destruido en su origen. Ahora bien, para producir ese “dale que”, ya no para alojarlo sino para generarlo, debe actuar una falta. Debe producirse la experiencia primaria de inadecuación del objeto al deseo, que es la primera condición del juego; esta falta de adecuación fue denominada como la inadecuación felizmente irremediable de la huella con el pie que la forjó. En un juego, una silla no sirve para jugar mientras solo sirva para sentarse.