en la época victoriana se trataba la histeria e irritabilidad de la mujer provocando un “paroxismo nervioso” (término curioso para describir el orgasmo femenino) mediante la estimulación del clítoris. Esto llevó al doctor Joseph Mórtimer a tener terribles dolores en la mano con tanta estimulación y en plena época industrial decidió desarrollar el primer vibrador para ahorrarse el trabajo manual. Lo más curioso es que en aquella época se consideraba impropio que una mujer entrara sola al consultorio de un médico, por lo que generalmente las madres y en algunos casos los maridos de las pacientes, se sentaban tranquilamente a un lado de la camilla mientras el médico masturbaba a su hija o esposa.
Al ser una terapia muy demandada, el potencial mercado para los vibradores era enorme, y esto fue aprovechado por la empresa Hamilton Beach que los patentó en 1902. Así, el vibrador personal fue el tercer aparato eléctrico disponible en los hogares, solamente precedido por la nevera y el ventilador, pero mucho más antiguo que la plancha eléctrica, la licuadora y la aspiradora. Las mujeres podían comprar sus aparatos por correo ya que se anunciaban normalmente en revistas de decoración y bordado. Su comercialización llegó a tal extremo que algunos modelos incluían un recambio adaptable que convertía al vibrador ¡en una batiDora!
La buena imagen y reputación de los vibradores cambió a mediados del siglo XX por dos razones. Porque en 1952, la Asociación Americana de Psiquiatría declaró oficialmente que la histeria femenina no era una enfermedad legítima, sino un mito anticuado, y el segundo motivo fue que las películas pornográficas tuvieran más difusión, y varias mostraban actrices utilizando el vibrador como juguete sexual y la gente los empezó a ver como objetos de perversión.
Esto originó que los vibradores desaparecieran de las revistas femeninas, catálogos y estantes de tiendas populares como Sears, donde se habían vendido durante casi medio siglo. Lo que resulta fascinante de esta historia es hasta qué punto la sexualidad femenina ha sido relegada al olvido como para que su orgasmo sea considerado un “paroxismo nervioso” totalmente desligado de la sexualidad, y que el deseo sexual femenino haya sido considerado durante tantos siglos una “enfermedad”.
Es más, habría que reflexionar el por qué algo que estaba totalmente normalizado e implantado en el mercado como algo beneficioso para la mujer, en cuanto se le atribuyó un carácter no médico, sino simplemente placentero, fue repudiado y convertido en tabú.
[si hay ganas, ver juntas Hysteria sobre el peligroso aparatito de Granville, y Un método peligroso, de Cronenberg, sobre el peligroso aparatito de Sigmund F -o en su defecto : http://www.youtube.com/watch?v=MlnrHeNJQoQ ]
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